Hay un tipo de enfermedades a las que llamamos “raras”, por darse no más de 5 casos por cada 10.000 personas, que nos conmueven especialmente cuando vemos como millones de familias en el mundo sufren por sus seres queridos, en la mayoría de los casos, sin poder hacer nada por ellos.

España, que tiene uno de los mejores sistemas de salud pública del mundo creó en el año 2006 el CIBER (Centro de Investigación Biomédica en Red), por iniciativa del Instituto de Salud Carlos III (ISCIII) con el fin de coordinar y potenciar la investigación sobre las enfermedades raras en nuestro país. Gracias a ello, hoy trabajan en España 62 grupos de investigación, que se agrupan en siete Programas de Investigación ligados a 29 instituciones consorciadas.

Además se ha creado una estructura en red, el CIBERER, para facilitar el intercambio entre grupos e instituciones punteras en diferentes áreas y disciplinas dentro del campo de las enfermedades raras. Su objetivo prioritario es el de desarrollar una investigación de alta calidad en enfermedades raras, cooperativa e innovadora, promoviendo el traslado de los resultados a la práctica clínica, fundamentalmente el desarrollo de nuevos tratamientos y la mejora en el acceso al diagnóstico. Los siete Programas de Investigación que constituyen el motor de coordinación y la actividad del CIBER tratan sobre Medicina Genética, Medicina Metabólica Hereditaria, Medicina Mitocondrial, Medicina pediátrica y del desarrollo, Patología Neurosensorial, Medicina Endocrina y Cáncer Hereditario y Síndromes relacionados.

Según el CIBERER, en España habría unos 3 millones de afectados, lo que constituye un problema socio-sanitario de primera magnitud. Se estima que hay entre 5.000 y 8.000 enfermedades de causa genética que se supone afectan al 6% de la población europea, unos 24 millones de personas afectadas. Gracias a la intensa labor de muchas instituciones existe un inventario exhaustivo de las enfermedades raras en Europa, que se actualiza dos veces al año en forma de listado. El último acaba de ser publicado en Diciembre en Orphanet y nos da una idea de la magnitud de este tipo de patologías.

Muchas de estas enfermedades son graves y habitualmente crónicas y progresivas, con una alta mortalidad y morbilidad. En la mayoría de los casos, los signos pueden observarse desde el nacimiento o la infancia, como ocurre con la atrofia muscular espinal, la neurofibromatosis, la osteogénesis imperfecta, la condrodisplasia, el síndrome de Rett, las ataxias y una amplia gama de enfermedades neurodegenerativas, entre otras.

Sin embargo, hay un alto porcentaje de las enfermedades raras que aparecen durante la edad adulta. La propia rareza de estas enfermedades dificulta los avances en investigación sobre su tratamiento y terapia, por lo que suelen ser poco conocidas por los médicos. Esto determina que un paciente pueda pasar años antes de conseguir un diagnóstico correcto y sin un tratamiento adecuado. Los pacientes con estas enfermedades y sus familias, se encuentran particularmente aislados, son difícilmente atendidos y se encuentran en una situación especialmente vulnerable.

Sin duda, lo que mejor puede contribuir a la mejoría de las expectativas de quienes padecen estas patologías es la esperanza y la fe que depositan en la investigación en las vertientes diagnóstica, terapéutica y farmacológica, con el fin de solucionar o cuando menos paliar los efectos de estas patologías. Dada la situación de desamparo de muchas familias es importante la unión entre ellas en asociaciones que permitan compartir las experiencias y esperanzas y fomentar e impulsar la investigación sobre la patología que les afecta.

Es necesario establecer puentes entre pacientes e investigadores para construir programas de investigación de enfermedades raras que permitan dar a los pacientes las respuestas y soluciones que necesitan, tanto si es un tratamiento, cura o una atención mejorada. La investigación básica para conocer la naturaleza genética y molecular de las enfermedades raras es ya una necesidad social. Los pacientes no solo se benefician de los resultados de la investigación sino que son una parte importante y valorada de la misma.

Tal vez en lo que más se haya avanzado en este campo es en el diagnóstico de las enfermedades de causa genética, especialmente desde la finalización del Proyecto Genoma Humano en 2003. De nuestros 21.000 genes existen versiones alteradas, variantes o alelos de muchos de ellos, que pueden haberse originado por mutación de pérdida de funcionalidad dando lugar a una patología. Muchas de estas alteraciones se transmiten de uno o de los dos padres, según se trate de un gen dominante o recesivo. Más raramente la mutación genética es espontánea y aparece de novo en el hijo que la padece.

Además del diagnóstico, el mayor interés en investigación básica se centra en la terapia que pudiera paliar los efectos de estas patologías. Esta podría ser “génica”, -consistente en suministrar una solución a la deficiencia genética funcional-, o “farmacológica”, proporcionando los medicamentos que disminuyeran sus efectos. La vía farmacológica no restaura el defecto genético, pero puede corregir el metabolismo alterado por medio del suministro al paciente del producto de la expresión del gen defectuoso.

Sin embargo, en ocasiones, los fármacos no llegan en cantidad suficiente al tejido u órgano afectado y por tanto no corrigen la enfermedad. Por otra parte, el uso de los fármacos no está exento de ciertos riesgos al actuar a muchos niveles y en muchos órganos, pudiendo determinar efectos secundarios no deseados. La investigación es costosa y la propia rareza de los casos a corregir ha hecho que no exista una demanda de medicamentos que estimule la producción comercial de los mismos. De ahí que se hable de “medicamentos huérfanos” para referirse a los que se dirigen a tratar afecciones tan infrecuentes que los fabricantes no están dispuestos a comercializarlos bajo las condiciones de mercado habituales.

El descubrimiento de un fármaco, una nueva molécula que pudiera solucionar una patología, requiere largos procesos de ensayos hasta su comercialización, -10 años de media, para lo que se requieren además elevados presupuestos y demostrar su eficacia mediante pruebas con pacientes voluntarios y por supuesto su seguridad. Tras ello, solo una mínima proporción de las moléculas ensayadas llega a tener efecto terapéutico. A pesar de este largo camino, este tipo de investigación es una necesidad a la que no se debe renunciar. De ahí la importancia de las asociaciones de pacientes de enfermedades raras que con un gran esfuerzo se afanan por estimular la investigación y conseguir los fondos económicos para ello.

En relación con la “terapia génica”, hoy son una realidad las nuevas técnicas que permiten aislar y caracterizar los genes implicados en las enfermedades raras y de modificarlos o sustituirlos, y volverlos a depositar en el genoma de células del paciente que las padece. A esta tecnología ha contribuido de forma notable la posibilidad de cultivar in vitro células humanas. La terapia génica “somática”, es la única autorizada al no actuar sobre las células germinales, cuyos errores podrían tener repercusión en la descendencia. Las técnicas de  terapia génica se van abriendo paso poco a poco para una serie de enfermedades, siendo candidatas ideales las determinadas por genes simples, es decir monogénicas, y recesivas, como lo son la inmunodeficiencia combinada severa (SCID), que padecen los llamados “niños burbuja”, la anemia de Fanconi, la fibrosis quística y otras. La terapia génica hoy no es posible para enfermedades complejas, como muchos tipos de cáncer, en los que intervienen múltiples genes, aunque la sustitución de algunos de los causantes de la enfermedad podría contribuir a una mejoría del paciente.

Un punto crítico de la terapia génica es la canalización al interior de la célula receptora del ADN del gen corrector, para lo que se están utilizando una gran variedad de vectores con fines experimentales, de los que los virus (adenovirus, retrovirus, lentivirus) son los más utilizados. Es interesante constatar que la terapia génica a pesar de sus dificultades constituye la mejor esperanza de futuro para la curación de las enfermedades raras y también una mejor alternativa a la compleja y éticamente discutida tecnología del “bebé medicamento”. Por ejemplo, para la anemia de Fanconi, hay un ensayo clínico en marcha para la canalización del gen corrector a las células del paciente. Para ello se utiliza como vector el virus VIH al que previamente se elimina la parte del genoma que es patogénica para el ser humano. La Agencia Europea del Medicamento (EMA) ya ha autorizado como “medicamento huérfano” un lentivirus diseñado por la Red Nacional de Investigación Cooperativa sobre la anemia de Fanconi con el que se pretende tratar la enfermedad en una veintena de pacientes europeos, 10 de ellos españoles, en un ensayo en el que están implicados investigadores de los Hospitales Vall d’Hebrón de Barcelona y del Niño Jesús de Madrid, la Universidad Autónoma de Barcelona y el CIEMAT (Centro de Investigaciones Energéticas, Medioambientales y Tecnológicas) de Madrid.

El gran problema de todo esto es que en investigación hacen falta dos factores: ideas y financiación. Posiblemente en el campo de las enfermedades raras no falten las ideas pero por desgracia si existe una gran déficit de recursos económicos. A pesar de ello no hay que perder la esperanza ni la fe en las posibilidades de la ciencia. Los ensayos clínicos constituyen un mundo que lleva años de trabajo, necesita mucha financiación, colaboración o incluso creación de empresas biotecnológicas y unas líneas de actuación sometidas a muchos controles de seguridad. Sin embargo, ya es una gran noticia el hecho de estar en condiciones de abordar los ensayos clínicos de terapia génica de cada vez más enfermedades raras. Es deseable que todo esto se acelere y que se eliminen las trabas burocráticas para que el tratamiento de las enfermedades raras por terapia génica sea cada vez más una realidad. Pero hay barreras que vencer. Hay que urgir a las autoridades sanitarias, empresas biotecnológicas y potenciales entes financieros a que confíen en la ciencia y den las facilidades y medios necesarios para la investigación básica y el desarrollo de los ensayos clínicos que permitan corregir las enfermedades raras.

Pero también hace falta sensibilizar a la opinión pública en favor de estas investigaciones y de las familias afectadas. En este sentido, no debe suponer una dificultad el reciente caso de la Seu d’Urgell, de unos padres acusados de estafa por utilizar los fondos que recibían para el posible tratamiento de su hija Nadia, aquejada de una tricotiodistrofia. Se trata de un presunto caso aislado de delincuencia, más raro incluso que la propia enfermedad de Nadia. Casos así no deben frenar los donativos y los apoyos a las Asociaciones que bien constituidas garantizan el buen uso de los fondos para investigar.

Como en tantos otros fenómenos sociales no falta un “Día de las Enfermedades Raras”, que se celebra  cada 28 de febrero. El del 2017 tendrá como tema la investigación, y los pacientes de enfermedades raras y organizaciones de todo el mundo ya han comenzado a preparar sus actividades y eventos para ese día. Será una buena ocasión para la reflexión, además de una llamada a la responsabilidad y a la colaboración de todos, de modo que cada uno ayude en la medida de sus posibilidades económicas y materiales a los millones de familias que han tenido el infortunio de padecer un caso entre sus hijos y que se sienten desamparados, no porque la ciencia se haya despreocupado de ellos, sino por el menor conocimiento y recursos para este tipo de enfermedades sobre las que para su desgracia y por su propia infrecuencia se investiga menos.

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