«Los tumores neuroendocrinos son extremadamente heterogéneos. No es comparable un tumor neuroendocrino de páncreas con otro del tracto gastrointestinal, de pulmón, del timo o uno idiopático. Su único punto en común es que surgen de células neuroendocrinas que están distribuidas por todo el organismo realizando distintas funciones, aunque las más abundantes son las relacionadas con el tracto gastrointestinal. Esta variedad tumoral obliga a la implicación multidisciplinar -endocrinólogos, anatomopatólogos, oncológos médicos y oncólogos radioterápicos, medicina nuclear, radiología, entre otros-, para que el tratamiento sistémico sea la mejor opción terapéutica en cada momento de la enfermedad», según ha explicado a DM Enrique Grande, responsable de Tumores Endocrinos y de la Unidad de Desarrollo Precoz de Fármacos del Servicio de Oncología Médica del Hospital Ramón y Cajal, de Madrid, centro pionero en la creación de un Comité de Tumores Endocrinos que reunió en un encuentro internacional a diferentes expertos en el manejo de tumores neuroendocrinos.

Iniciativas variadas Según Grande, para el tratamiento de esta enfermedad hay distintas ocpiones: desde los clásicos análogos de la somatostatina -de los que cada vez se conocen más atributos, pues no sólo controlan los síntomas sino también lo que atañe al crecimiento del tumor-, pasando por los inhibidores de m-TOR -como everolimus-, los inhibidores de la angiogénesis -caso de sunitinib-, distintos esquemas de quimioterapia -las clásicas y más modernas, con buenos datos de eficacia- y la última novedad: radionúclidos como el lutecio dotatate.

Este radiofármaco es un análogo de la somatostatina (el octreótido) que consta de un átomo radioactivo (el lutecio). El resultado es la aplicación del octreótido con una radioactividad asociada, el lutecio, que permite aplicar una «medicina de precisión, puesto que entre el 85 y el 95 por ciento de los pacientes con tumores neuroendocrinos tienen receptores de la somatostatina en su membrana», señala el oncólogo.

Al administrar esta combinación se consigue el efecto en las células que sobreexpresan ese receptor de forma «muy eficaz y específica», puesto que la mayoría de los receptores de la somatostatina se expresan en casi todos los tumores neuroendocrinos de diversa etiología.

El equipo del Ramón y Cajal, centro de referencia en el abordaje de estos procesos, ha llevado a cabo un estudio en fase III con lutecio sobre tumores neuroendocrinos de intestino medio -grados I y II, en progresión y con receptores de somatostatina-, con resultados muy positivos, y también participó en los trabajos de registro del fármaco.

Supervivencia a 5 años

En lo que se refiere a la efectividad del lutecio dotatate y a su repercusión en el aumento de la supervivencia, Grande alude al estudio Netter 1, del que se derivó la aprobación del lutecio. Sus datos indican que «la mediana de supervivencia libre de progresión se sitúa en torno a los 40 meses, comparados con los 8-9 meses registrados en el brazo control». Si la progresión apareciera a los 40 meses, la pregunta es si se podría replantear una nueva administración. En Europa, y según el experto, hay experiencia en volver a tratar a los pacientes, especialmente a los que han superado los 50 y los 60 meses de supervivencia. «Estos datos indican un importante control tumoral. Estamos ante un fármaco que rompe la historia natural de la enfermedad. Lo deseable sería aplicarlo a todos los pacientes con tumores neuroendocrinos que expresen receptores de la somatostatina», según reseña el portal Diario Médico.

En Europa, el uso de los distintos tratamientos varía en función de corrientes científicas. «No se sabe aún qué esquemas son mejores. Pero, a mi juicio, lo importante es la secuencia terapéutica: que el paciente acabe recibiendo todos los tratamientos posibles. Con este objetivo, es muy probable que, primero, se consiga retrasar la progresión y, por tanto, mantener la calidad de vida, lo que suma supervivencia global».

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