Los continuos avances científicos en las industrias farmacéutica y de la salud nos aproximan cada vez más a un mundo que hace no tanto nos hubiese parecido de ciencia ficción. El último ejemplo de ello son los organoides artificiales, que hasta en su nombre podrían pasar por el título de una novela de Isaac Asimov.

El origen de los organoides artificiales está fijado alrededor del año 2008, aunque no ha sido hasta los últimos años cuando su existencia ha trascendido a los medios de comunicación generalistas, que han quedado asombrados por las posibilidades para la medicina que ofrecen estos prototipos de órganos humanos –que no son tales, pero sí se comportan como ellos–, cuya paternidad se atribuye al Hubrecht Institute de Utrecht, en Holanda, y más concretamente al genetista holandés Hans Clevers, que fue director de la institución durante una década (2002-2012).

Qué son los organoides artificiales

El equipo dirigido por Hans Clever estaba investigando el funcionamiento de las células madre en el intestino. Cuando consiguieron conocer sus características, extrajeron esas células madre y las hicieron crecer en laboratorio, usando para ello un tejido clonado al del órgano original del que procedían. Para su sorpresa, esas células madre no solo se reprodujeron, sino que generaron en su expansión células funcionales y fueron dando forma a una estructura idéntica a la del órgano original. Es decir, que a partir de las primeras células extraídas, en una placa de Petri, empezaron a tener miniaturas del intestino humano, iguales a éste en su estructura y funcionamiento.

“No son órganos reales, pero se comportan como si lo fueran”, suele explicar Clever. Visto el éxito obtenido con los intestinos, probaron con otros órganos humanos. El éxito fue el mismo. Hoy, a modo de huerto de órganos, tienen en su laboratorio organoides artificiales que son réplicas de hígados, colon, páncreas, próstata o pulmones. Y su investigación ha dado pie a que en otros rincones del planeta se vayan desarrollando también nuevos organoides, como los cerebrales (en 2013, un equipo de científicos austriacos creó minicerebros para estudiar enfermedades como la microcefalia) o los cardiovasculares (en 2014 en la Universidad de Illinois (EE.UU.) demostraron que los organoides cardiovasculares se pueden formar a partir de células madre embrionarias).

Órganos artificiales, un mundo de posibilidades

Los organoides artificiales apenas tienen una dimensión de unos milímetros y su formación requiere de un proceso de cultivo celular que se alarga entre un mes y un mes y medio. Esta rapidez en su producción, unida a su funcionamiento idéntico al de un órgano humano, hace que los científicos tengan a su disposición una herramienta única para estudiar el funcionamiento de los órganos humanos, pero también, a través de organoides creados a partir de órganos enfermos (por un cáncer o una enfermedad rara), para estudiar y buscar cura a enfermedades hoy en día sin tratamiento.

Para saber más vea: https://goo.gl/bgPJgf


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