¿Sabías que el término ‘lupus’ (lobo en latín) se atribuye al médico Rogerius, del siglo XIII, que lo utilizaba para describir las lesiones faciales que le recordaban a la mordedura de un lobo? En la actualidad, ‘lupus’ es el término acortado de lupus eritematoso sistémico, una enfermedad incurable e autoinmune, en la que el sistema inmunitario crea un exceso de anticuerpos en el torrente sanguíneo, que atacan al tejido sano, causando inflamación y dañando las articulaciones, la piel, los riñones, el sistema nervioso y membranas serosas como la pleura, así como otros órganos.

Se trata de una enfermedad muy difícil de diagnosticar, ya que puede tener síntomas que se confundan con la artritis reumatoide o incluso con la esclerosis múltiple, y puede tener detonantes muy diferentes. Según la Federación Española de Lupus, la investigación evidencia la implicación de factores genéticos, hormonas e infecciones víricas. En España, aproximadamente un 1 por ciento de la población puede padecer esta enfermedad, que en un 90 por ciento de los casos afecta a las mujeres de entre 15 y 55 años de edad.

El lupus se puede desencadenar en la pubertad, durante la menopausia, tras dar a luz, después de sufrir una infección vírica, con la exposición solar, como resultado de un trauma o después de un tratamiento prolongado con ciertos fármacos. Estas situaciones pueden ser detonantes para aquellas personas que ya sean susceptibles de sufrir la enfermedad. Además, los antecedentes de otras enfermedades autoinmunes, como la EM o la artritis reumatoide, pueden ser factores desencadenantes.

Los síntomas del lupus varían en función de la persona; de ahí radica su difícil diagnóstico. La mayoría de los pacientes no presentan todos los síntomas, por lo que es conveniente tener claros algunos signos de alerta, que pueden dar pistas sobre la presencia de la enfermedad. Entre ellos podemos mencionar las articulaciones doloridas e inflamadas, la fiebre persistente por encima de los 38 grados, una fatiga extrema y prolongada en el tiempo, dolor en el pecho al respirar, anemia, exceso de proteína en la orina, sensibilidad al sol o a la luz ultravioleta y erupciones cutáneas como el eritema malar, con la forma de alas de mariposa típica del lupus. Estos que pueden ser muy característicos, pero también podemos destacar como posibles síntomas la pérdida del cabello, problemas de coagulación de la sangre, coloración blanca o azul de los dedos con el frío, convulsiones y úlceras en la boca y en la nariz, durante un periodo prolongado en el tiempo.

Como decíamos, la variedad de síntomas hace que el diagnóstico del lupus se complique, pues la forma de manifestarse en los pacientes puede ser completamente diferente entre unos y otros. Por eso, el médico especialista tendrá que hacer diferentes investigaciones y análisis en torno a la piel, la sangre, la fatiga o las articulaciones, es decir, de todas las partes del organismo que puedan verse afectados por el “ataque” de la patología.

Tras el diagnóstico, la persona debe adaptarse al ritmo de la enfermedad y cambiar sus hábitos de vida para paliar sus efectos. Entre ellos, deberá tener en cuenta que su actividad diaria tendrá que disminuir, para que con ello aminore también la fatiga, así como evitar la exposición solar directa y las luces fluorescentes. Asimismo, es importante comentar con las personas del entorno las características de la enfermedad. El apoyo de ellos en estos momentos será vital.

 

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