En el capítulo de hoy nos adentraremos en los confines de la Historia para desvelar una cara oculta para muchos: las enfermedades genéticas que padecieron algunos protagonistas de la Historia. Una vez más, la genética hace de las suyas demostrando que está más presente en nuestras vida de lo que pensamos.

Empezamos con uno de los grandes emperadores de Egipto, Tutankamón (1341 a.C. –  1323 a.C.). Este faraón ascendió al trono a la edad de nueve años allá por el 1332 a.C. Sin embargo, su reinado tan sólo duró siete años, ya que con dieciocho el monarca murió. Los escritos narran que su salud estuvo bastante lejos de ser la de un roble y que su apariencia era bastante femenina y andrógina. Además, su complexión era muy alta y delgada, con dedos, brazos y piernas llamativamente largos. Esto ha hecho sospechar que fuera un caso de síndrome de Klineferter, síndrome de Marfan o ginecomasia (desarrollo de glándulas mamarias en el hombre).

Gracias al análisis de muestras tomadas en la “maldita” tumba de Tutankamón se han podido descartar estos síndromes. Por el contrario, los restos han desvelado tanto que el faraón padecía la enfermedad de Kohler II, una malformación del metatarsio que puede provocar dolor e hinchazón en los pies, como que en su familia se había producido una acumulación de malformaciones. Debemos tener en cuenta que paralelamente a la complexión real del emperador, en la mitología egipcia es muy común ensalzar a sus monarcas, exagerando y adornando sus rasgos físicos. Entre el “tipín” del monarca y la imaginación de los súbditos es fácil que su físico fuera mitificado exageradamente.

Los investigadores también han demostrado que los restos del emperador contenían genes del parásito responsable de la malaria. Esto arroja luz sobre las causas de su muerte: es coherente que el adolescente falleciera a causa de la infección por malaria en una pierna recientemente fracturada.

Avanzamos unos cuantos siglos  y nos trasladamos al centro de Europa. En pleno Clasicismo encontramos a Wolfgang Amadeus Mozart (1756 –1791). Al parecer, este niño prolífico presentaba los síntomas indiscutibles del síndrome de Tourette, un trastorno neurológico donde aparecen movimientos repetitivos, estereotipados e involuntarios, algo así como tics. Es una patología con bases genéticas todavía poco determinadas. Esta enfermedad aparece en la infancia y afecta de tres a cuatro veces más a hombres que a mujeres. Sin embargo, la teoría de que Mozart padecía el síndrome de Tourette es tan solo eso, una teoría. No podemos pregonar a  los cuatro vientos un diagnóstico para el que no existen pruebas suficientes.

Avanzamos al Romanticismo para hablar de Frédéric Chopin (1810-1849). El compositor murió a los 39 años y en su autopsia se decretó tuberculosis. Sin embargo, años después han surgido contundentes dudas sobre este diagnóstico, ya que en el mismo parte de la autopsia el médico encargado señaló unas alteraciones en el cadáver de Chopin que él mismo no había observado en ningún otro paciente de tuberculosis.

El compositor padeció una salud débil desde su infancia, tuvo problemas respiratorios y murió sin descendencia. Varios miembros de su familia también sufrieron síntomas parecidos, hasta tal punto que dos de sus hermanas murieron prematuramente a causa de problemas multiorgánicos. A los “biohistoriadores” esto les sonó a enfermedad genética de libro, así que ahí se pusieron a investigar. Y ¡sorpresa! Los síntomas de Chopin encajan totalmente con el diagnóstico de la fibrosis quística, una enfermedad que en aquella época no estaba catalogada.

A diferencia de otros casos, Chopin dejó una pista que investigar: su corazón. El compositor polaco vivió sus últimos años en Paris pero deseaba descansar en su patria natal. Como trasladar un cadáver de punta a punta de Europa era complicado (y caro, no nos engañemos) muchos, como Chopin, eligieron repatriar únicamente los restos de su corazón en un tarrito. Es así como los investigadores pudieron estudiar décadas después su estado y… ¡premio! Existen claras evidencias de fibrosis en el corazoncito del compositor.

La fibrosis quística es una enfermedad hereditaria autosómica recesiva que se caracteriza por la acumulación de secreciones mucosas espesas y pegajosas en las células epiteliales o de revestimiento. Es una enfermedad crónica producida por mutaciones en el gen de la proteína CFTR, que juega un papel esencial en la regulación del flujo hidroeléctrico transmembrana. Es el trastorno genético más común entre los niños caucásicos. Las principales manifestaciones afectan al aparato respiratorio, páncreas, intestino e hígado, pero también pueden producir esterilidad masculina.

Continuamos para bingo con las artes plásticas. Vincent Van Gogh (1853-1890) ha sido siempre y será uno de los artistas más misteriosos de la historia. Desde pequeño tuvo problemas médicos, y en su última década de vida padeció las consecuencias de trastornos mentales nunca bien definidos. Llegó a mutilarse y años después a suicidarse. En su familia encontramos otros casos de enfermedades mentales, y el propio Van Gogh hablaba de la “fatídica neurosis heredada”.

Varios estudios sugieren que el holandés sufría de porfiria, igual que otros miembros de su familia. La porfiria es un grupo de trastornos causados por alteraciones en la sangre relacionadas con la hemoglobina, el camión trasportador del oxígeno en la sangre. Este trastorno, hoy en día bien conocido, es la explicación científica al mito de los vampiros, así que quizás el mito del pintor vaya más allá de girasoles y cielos estrellados.

En el caso de Van Gogh resulta muy complicado emitir un diagnóstico porque independientemente de que sufriera una enfermedad genética, su  estilo de vida fue catastrófico: un entorno familiar hostil, alcohol y mal nutrición. Lamentablemente, el peor enemigo de Van Gogh era él mismo. “En cuanto a comer mucho, si fuera mi médico, lo prohibiría. No veo ninguna ventaja para mí”, afirmaba el pintor en una de sus estancias en el asilo de St Remy. Nunca sabremos si su genialidad fue causa o consecuencia de su sufrimiento, pero los expertos confirman que la mayoría de su obra fue pintada en sus momentos buenos.

Nos dirigimos ahora a Francia, y sin dejar de lado la pintura nos encontramos con Henri Toulouse Lautrec (1864-1901). Conocido por la cartelería del “Moulin Rouge”, el francés sufría de picnodisostosis. Esta enfermedad genética lisosomal provoca estatura baja, fragilidad ósea y osteosclerosis (engrosamiento del hueso que supone la disminución y atrofiamiento de la médula ósea). Las estructuras óseas son más gruesas pero están más desordenadas, por lo que la resistencia del hueso ante las roturas disminuye.

Esta dolencia, con un patrón de herencia autosómico recesivo, entra en la clasificación de enfermedades muy raras ya que se estima que su prevalencia es menor a 1/100.000. El caso del pintor fue el primero en diagnosticarse. Los padres eran primos hermanos y de origen aristocrático. Esto presupone que el origen de su enfermedad fue la herencia de dos alelos recesivos.

La enfermedad de Toulouse-Lautrec estuvo directamente relacionada con su profesión, ya que siendo adolescente pasó una larga temporada en silla de ruedas como consecuencia de la fractura de ambos fémures. En esta etapa se interesó por la pintura, hasta tal punto que se dedicó exclusivamente a ella.

Dejamos de lado a los artistas para centrarnos en el arte de gobernar. Empezamos por Abraham Lincoln (1809-1865), 16º presidente de los EEUU. El estadounidense es objeto de eternos debates sobre el diagnóstico del síndrome de Marfan. Su complexión de gran estatura, dedos y brazos alargados, encaja a la perfección con la definición.

El estudio de su árbol genealógico demuestra que en su familia existen antecesores y parientes con las mismas características. Sin ir más lejos, su madre también tenía una complexión claramente marfoide. Sin embargo, los investigadores más cautos advierten de que no es objetivo precipitarse y emitir un diagnóstico ya que lo cierto es que no existen pruebas moleculares. Lo que sí está demostrado es que tenía aracnodactlia, dedos extremadamente alargados y delgados, asemejándose a los de una araña. Esta cualidad parece ser que fue heredada de un ancestro común con otro pariente que también la tenía.

El síndrome de Marfan es una enfermedad sistémica (afecta a todo el cuerpo) del tejido conectivo, caracterizado por la combinación variable de manifestaciones cardiovasculares, músculo-esqueléticas, oftalmológicas y pulmonares. Se traga de una enfermedad monogénica autosómica dominante, por lo que es coherente pensar que pudo heredarla de su madre.

Por último hablemos de una mujer que dejó huella en la historia, ¡y qué huella! La Reina Victoria de Inglaterra (1819- 1901) era portadora de los alelos responsables de la hemofilia. Este fue el comienzo de una larga descendencia destinada a sufrir los coletazos de esta alteración.

Los estudios genealógicos no señalan ningún caso de hemofilia anterior ni en la familia de su madre, la reina Victoria de Sajonia; ni en la de su padre, el duque de Kent. Esto abre dos posibilidades: o la madre de Victoria mantuvo relaciones extramatrimoniales con un portador de los alelos responsables de la hemofilia; o en el genoma de la reina apareció una mutación de novo para esta enfermedad.

La hemofilia consiste en la ausencia del factor de coagulación VIII o IX y tiene diferentes niveles de gravedad según la actividad biológica de la proteína alterada. Estos genes se encuentran ligados al cromosoma X, lo que explica que su prevalencia sea 1/5.000 en hombres pero 1/12.000 en la población general.

La reina Victoria no sufrió de hemofilia, pero sí lo hicieron tres de sus nueve hijos. La costumbre aristócrata de reproducirse solamente con otras élites provocó la rápida expansión de estos alelos por toda Europa. Esta sombra llegó a España de mano de Victoria Eugenia, nieta de Victoria I y esposa de Alfonso XIII. El matrimonio tuvo seis hijos, entre ellos dos varones con hemofilia: Alfonso y Gonzalo. Ambos murieron a consecuencias de las hemorragias que sufrieron tan un accidente de tráfico. Los otros cuatro hermanos tuvieron más suerte, entre ellos Juan, padre de Juan Carlos I. Es así como a día de hoy la sangre azul española está limpia de hemofilia.

Hasta aquí nuestro repaso a las enfermedades genéticas protagonistas de la historia.  Nos vemos en el próximo artículo y no olvidéis que las enfermedades genéticas, sean más o menos comunes, conviven con nosotros cada día. Tan importante es conocerlas, como aceptarlas y encontrarles su lugar en la sociedad. La no marginalización de estas personas es una necesidad humana y la visibilización una herramienta fundamental.

Elena Juan Andrés

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