Investigadores de la Universidad de Pensilvania han demostrado que el éxito de la terapia génica para una ceguera hereditaria depende de lo avanzada que está la enfermedad en el momento del tratamiento.

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Para que la terapia génica con el gen RPE65 funcione es necesario que existan células en la retina con capacidad para recibir y transmitir la información visual al cerebro. Imagen: Pexels en Pixabay.

La amaurosis congénita de Leber es una distrofia hereditaria de la retina producida por la presencia de mutaciones en el gen RPE65. Este gen codifica para una proteína necesaria en el ciclo visual por el que las células fotorreceptoras de la retina son capaces de transformar la información visual en señales eléctricas que son transmitidas al cerebro. En ausencia de RPE65, las células fotorreceptoras no pueden ejercer su función apropiadamente y los pacientes experimentan problemas de visión, que pueden empeorar con el tiempo hasta derivar en una ceguera completa.

Tanto la Administración de Alimentos y Fármacos de EE.UU. como la Agencia Europea del Medicamento han aprobado  una terapia génica para el tratamiento de la amaurosis congénita de Leber que proporciona copias normales del gen RPE65 a las células fotorreceptoras, retrasa la progresión de la enfermedad y mejora la visión de los pacientes. Sin embargo,  hasta el momento se desconocía la extensión de los beneficios de la terapia, denominada Luxturna, tanto en términos de duración como en su capacidad para evitar la degeneración de las células de la retina.

Con el objetivo de responder a estas cuestiones el equipo de investigadores de la Universidad de Pensilvania ha utilizado un modelo canino de la amaurosis congénita de Leber, el mismo que se utilizó para desarrollar la terapia génica hace unos años.

Para que Luxturna funcione es necesario que existan células en la retina con capacidad para recibir y transmitir la información visual al cerebro. A partir de los ensayos con animales en estados avanzados de la enfermedad, los investigadores encontraron que si la terapia génica se administra cuando solo queda la mitad o menos de las células fotorreceptoras de la retina, no se detiene la progresión de la enfermedad y las células siguen muriendo, incluso aunque exista una mejora temporal de la visión. Así, existe una ventana de tiempo o progresión de la enfermedad en la que la terapia es efectiva.

“Trabajos más tempranos de nuestro grupo y otros habían sugerido que si tratas la enfermedad en un momento en el que la retina muestra degeneración, esa degeneración continúa, en personas y en perros,” señala Gustavo Aguirre, investigador del trabajo. “Esto ocurre a pesar de una ganancia de visión a corto término. Queríamos hacer un seguimiento para conseguir detalles sobre la extensión de degeneración de la retina que sería compatible con un efecto duradero”.

Los investigadores han determinado que para que la terapia funcione a largo plazo es necesario que  todavía permanezcan vivas un 63% de las células fotorreceptoras de la retina. En caso contrario, la progresión de la enfermedad continúa. “Si a este nivel se observa de forma superficial, los perros ven; parecen estar bien”, señala Aguirre. “Pero si miras en la microtopografía de su retina, no están bien”.

Los resultados del trabajo tienen gran relevancia para la práctica clínica ya que delimitan una ventana de tiempo en la que es posible actuar a nivel terapéutico con resultados duraderos. La proporción de células fotorreceptoras supervivientes puede estimarse obteniendo una imagen del grosor de la retina, por lo que es posible identificar a los pacientes que se van a beneficiar de la terapia. El problema, señalan los investigadores, es que el límite de 63% de células supervivientes puede alcanzarse a edades tempranas y en este caso, la terapia no garantizaría que se detenga la enfermedad.   En este caso, los investigadores señalan que habría que considerar terapias secundarias.


Amparo Tolosa, Genotipia

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Fuente: http://bit.ly/2nMHBw7